sábado, junio 30, 2007

Cinco escenas por las que vale la pena vivir.


Tengo una idea.
Una revista de cine italiana lanzó una propuesta a sus lectores. Mi genial idea es copiarla (en una versión adaptada).


En sus vidas como espectadores cinematográficos ¿cuál es la escena que les dio más miedo, la que los hizo reír, la que los hizo llorar, la que los excitó, la que más los emocionó?

Estoy pensando las mías.

domingo, junio 24, 2007

La otra.

El hecho ocurrió este mes de junio, en la estación de trenes de Verona, en Italia. Lo escribo porque no quiero olvidarlo, para no perder la razón. Ahora, si lo escribo en el blog los demás lo leerán como la realidad y, con el tiempo, lo será tal vez para mí. Sé que fue casi atroz mientras duró y más aún durante las desveladas noches que lo siguieron. Ello no significa que su relato pueda conmover a un tercero.

Serían las dos de la tarde. Yo estaba recostada en un banco, en el andén 7. A unos pocos metros a mi derecha había máquinas dispensadoras de gaseosas heladas. El calor y el aire contaminado generaban una niebla espesa y tórrida. Invevitablemente, hizo que yo pensara en el tiempo. La milenaria imagen de Heráclito. Yo había dormido bien, mi clase de esa mañana había logrado, creo, interesar a los alumnos. No había un alma a la vista. Sentí de golpe la impresión (que según los psicólogos corresponde a los estado de fatiga) de haber vivido ya aquel momento. En la otra punta de mi banco alguien se había sentado. Yo hubiera preferido estar sola, pero no quise levantarme en seguida, para no mostrarme incivil. La otra se había puesto a fumar. Fue entonces cuando ocurrió la primera de las muchas zozobras de esa mañana.
No silbaba. De todos modos la reconocí. Incapaz de hablarle, como hizo Borges, sólo me quedé mirándola.
Tenía mi pelo largo y rubio de entonces. Mis piernas escarbadientes se le escapaban de una solera floja e indecente, de rayon gris. Se enroscaba en su cuello un fular de colores, parecía casual, sin embargo las dos sabíamos que lo usaba para taparse el pecho. Sin maquillaje, los ojos alborotados, las manos inquietas, la piel fresca.
Él estaba sentado en el suelo, un poco lejos. Era morocho, alto y guapo, con una espalda grande para abrazarte mejor. Llevaba la camisa a cuadros de alguno de mis novios, sus bermudas, y tenía un par de piercings (sin dudas se trataba de un remake moderno). Cuando el tren llegó esperé que subieran y los seguí.
Él dijo que tenía hambre y ella le ofreció Nutella, el dulce de leche europeo. Sacó un bollón de medio kilo de una bolsa de tela que nos habíamos hecho en casa con algún retazo. Cuando él le preguntó si solía andar por la vida con el frasco de Nutella en la cartera y ella contestó que sí, supe que se habían conocido hacía poco, quizás el día anterior. El metió el dedo en la crema densa y se lo llevó a la boca. Comenzó a chuparlo despacio. Supe que ella deseaba besarlo. En lugar de hacerlo se cambió de lugar, abrió la ventana, se acomodó el vestido. En silencio, él sacó de un bolsillo una billetera repleta de pasajes de tren, los controló uno a uno y comenzó a explicarle un sistema, que no logré entender, para viajar sin pagar. Ella lo miraba embobada. Y confiaba, a pesar de sus ojos tremendos.
Cuando el tren se puso en marcha, ella también me miró. Creo que me reconoció. Su rostro sonriente se puso serio y pálido. No sé que la pudo haber asustado, si mi blusa de seda negra, mis zapatos de señora o mi pelo corto. Le sonreí para avisarle que todo había salido bien. Yo, que no he sido madre, sentí por esa pobre muchacha, más íntima que una hija de mi carne, una oleada de amor.
Ella aún no había leído El otro, no sabía.
Se distrajo de mí cuando le sonó el móvil. Apoyó la cabeza en la ventanilla y se puso a charlar en un español con perfecto acento uruguayo.
Seguía hablando cuando tuve que bajar, era mi parada. Desde abajo, con ligera nostalgia, la miré irse.
Como lo sobrenatural, si ocurre dos veces, deja de ser aterrador, andaré por estaciones perdidas, buscándola.

martes, junio 19, 2007

Libertad libertad.

Vi una de las mejores películas de los últimos tiempos: "La vida de los otros". Es alemana, construida con la exactitud, con los tiempos necesarios para que los personajes tomen espesor, con las mejores enseñanzas de los clásicos, limpia de las modas. Y quizás por esto último una película libre. Me quedé contenta, como me pasa cada (rara) vez que veo buen cine. Me quedé lagrimeando por un montón de motivos que tienen que ver, supongo, con lo que
todavía nos queda de humanos. Me quedé pensando en la libertad.
En Alemania del Este, donde viven los personajes de "La vida de los otros", no había libertad.

¿Hay libertad en algún lado?

El otro día un grupo de adolescentes, dieciocho y diecinueve años, me pidieron que les sacara una foto. Son chicos que conozco bastante: inteligentes, educados, adinerados, estudiosos, guapos. Me colgaron máquinas digitales en los brazos y se pusieron en pose. Observándolos por algunos minutos noté que más de la mitad, no exagero, tenía los mismos idénticos lentes de sol, un modelo Ray-Ban que recuerda los años ochenta. Luego, curiosa, pregunté por esta cosa de los lentes. Me enteré que la mitad que no los tenía los había olvidado en casa o pensaba comprárselos.
- ¿Se dieron cuenta que todos tienen los mismos lentes?
- Sí, es que son lindos.
- ¿A todos les parecen lindos?
- Sí, son preciosos
- ¿No les resulta sospechoso que todos tengan el mismo gusto?
- ...

Luc Ferry, el filósofo y político francés, decía el otro día en El País de Madrid:
"La primera globalización, la de la ciencia moderna, quería comprender el mundo para dominarlo. Con dos metas: ser más libres y más felices. La globalización actual no tiene un objetivo superior, sólo sigue la lógica del mercado, donde la competencia es un fin en sí mismo. Si un programa de televisión no tiene audiencia, desaparece. Nuestros móviles pesan menos pero nosotros no somos más felices. Avanzamos sin saber adónde y, además, no controlamos el proceso."

O sea, no somos libres. Y quizás creerse libre sea más grave que no ser libre. Esto lo dice un filósofo iluminado y genial como Žižec. Dice que en un totalitarismo sabemos que no tenemos libertad, sabemos quién nos quita la libertad y ante quién debemos revelarnos. De alguna manera hay cierta libertad. En cambio, en estas sociedades capitalistas y globalizadas vivimos una aparente libertad.
Probablemente los chinos comunistas uniformados de azul eran más libres que estos adolescentes del primer mundo convencidos de su libre elección.

domingo, junio 03, 2007

Platos rotos.

Estoy torpe. Más que de costumbre.
Hoy se me resbaló la tapa de la fuente Pirex, le dio justito al vaso con vino que se hizo añicos sobre mis lasañas recién horneadas.

Ayer, recorriendo el medio metro necesario para ir del horno a la mesa, con mi torta de naranja con almíbar, no sé cómo, incliné la bandeja que derramó un chorro pegoteado sobre mis almohadones nuevos, mi piso, mis pantunflas.

Antes de ayer perdí mi memoria USB con el trabajo del año entero. Y no, no tengo todo copiado en mi disco duro.

Todo esto quiere decir algo. Lo sé pero no me doy cuenta.
The WeatherPixie