domingo, agosto 26, 2007

Praha


La historia del pueblo checo es trágica, admirable y curiosa. Siempre dominados, con una lengua eternamente prohibida. Luchadores a modo propio, tirando traidores por la ventana, con partisanos suicidas antes que rendidos o héroes que se queman vivos. Puede ser que algún viejo bebido sienta nostalgia del comunismo, mientras tanto en la ciudad de Praga sólo quedan monumentos a las víctimas, sobrenombres irónicos y el metrónomo de Černý en el imponente pedestal donde una vez estuvo la estatua de Stalin más grande del mundo.

Deambular por las calles de Praga es un delirio de belleza. ¿Qué sea la ciudad más hermosa de Europa? Es como si cada estilo arquitectónico se pavoneara para competir con sus rivales. Ni modo, los gustos personales caen como castillos de cartas. Aun a la persona más adversa al barroco se le pondrá la piel de gallina cuando camine dentro del inmenso trompe-l'œil de la Iglesia de San Nicolás (Kostel SV. Mikuláše) en Malá Strana. Quien siempre le haya torcido la nariz al Art Nouveau tendrá que admitir que el subterráneo de la Casa Municipal (Obecní Dúm) o las decoraciones que andan por ahí de tipos como Alphonse Mucha son una locura. Si alguien sospecha del cubismo porque no sabe de qué lado colgar el cuadro, se mareará encantado delante de la arquitectura rondocubista. Porque a los checos, cuando se enfervorizan, no los para nadie. Allá por los primeros años del siglo XX se les dio por el cubismo y lo aplicaron a platos, casas, ventanas y hasta a un poste de la luz, pero lo hicieron sin renunciar a esa manía que acarrean desde tiempos inmemoriales de decorarlo todo.

Praga es linda del derecho y del revés. Lo mejor es escaparse de las mareas de turistas para descubrir sus jardines secretos, las iglesias escondidas, las cervecerías bajo tierra. Me emocionó especialmente pisar algunos lugares históricos, como la plaza donde los comunistas abatieron el sueño de la Primavera de Praga, o la iglesia que acribillaron los nazistas. Y después me di a algunos caprichos burgueses, como sentarme detrás de los ventanales de los cafés más lujosos de la ciudad. Una noche me dejé embriagar con la cerveza más rica y más barata del mundo, mirando caer el sol en el río Moldava.

En la periferia, viendo los penaláky (apodo que significa "paneles"), unas viviendas grises, monótonas y rectangulares que se parecen a los nichos, construidas por los invasores para fomentar la igualdad del espíritu, pensé que era la mayor prueba de la insensibilidad soviética. Porque cuando se llega a no captar la belleza, se deja de ser humano.

sábado, agosto 11, 2007


Y de repente me elevo.
Mientras los de abajo están sudando la gota gorda, yo me calzo las medias de lana. La naturaleza es inmensa. Yo un puntito. No tengo tele, ni radio. Mi celular no recibe señal. No me importa nada. Ni de mi vida, ni del mundo, ni de nadie. Camino horas con un bastón como una enerergúmena. Miro los picos nevados y me olvido. De todo. Menos de caminar, tratar de no caer, ni de tener frío ni calor ni sed. Cuando por fin llego me nutro con sopas y strudel de manzana. Y después bajo. Sólo me importa ducharme, sacarme las botas. Dormir.
Lo raro, lo inexplicable es que la montaña se me haya metido en la piel. Recuerdo que antes no hacía estas cosas tan sufridas o placenteras, ya ni sé.

Etiquetas:

The WeatherPixie