miércoles, abril 05, 2006

Miscelánea o cuando todo es igual a nada.

Iba a escribir un post sobre "Il Caimano". Para decir que es el mejor guión de las últimas décadas del cine italiano. Que en casi dos horas de película se desliza el alma de los que sobrevivimos en ésta bota que anda pisando mierda hace tiempo sin que le traiga suerte. Que si hay algo en la vida y en el cine que me simpatiza es la autoironía. Y aquí sobra. La de Moretti y una serie de actores, directores, críticos de cine y personajes que aparecen casi idénticos a sí mismos. Que hay momentos en la historia de un pueblo en el que la política, los sentimientos y el arte se mezclan. No se puede tener un hijo porque una ley impide la fecundación asistida. Hay que dar la espalda al trabajo como investigador universitario porque el gobierno cortó los fondos. No se puede prender la tele porque aparecen demasiados culos, demasiado ruido, demasiado Berlusconi.
Me fui por las ramas, no es ésta la trama de "Il Caimano". La historia es la de un director de serie B, autor de "Mocasines asesinos" y "Machistas contra Freud", que casi por caso se encuentra como productor de una película sobre Silvio Berlusconi, "Il Caimano", dirigida por una amateur, lesbiana y con un hijo. Bruno (Silvio Orlando) está divorciando con desgano de Paola (Margherita Buy). Hay dos niños que buscan una ficha amarilla perdida del Lego. Alguien filma el descubrimiento de América. Berlusconi, el verdadero, trata de "turistas de la democracia" a los parlamentarios europeos. Y después está el final...

Iba a escribir un post sobre el espíritu de Mario Levrero. Resulta que en un aula donde reina la buena educación, el aliño, donde cuando entro todos se ponen de pie y repiten en coro "buenos días profesora", donde el ejército de filósofos racionalistas occidentales estaría orgulloso de sus discípulos, se coló Levrero. Quizás lo invocamos involuntariamente, de hecho estábamos leyendo uno de sus cuentos. Resulta que de repente, los alumnos comenzaron a hablar de sueños, de apariciones, de visiones absolutamente reales. Éstas son algunas de las confesiones que escuché: "hay un perro de ojos verdes que siempre me acompaña corriendo por la carretera cuando ando en auto"; "cuando camino salto los árboles con los ojos, vuelo y vuelo alto"; "ayer ví un conejo en el cielo, me estaba mirando". Y así, ésta gente mayor de edad, iluminista, seria y responsable cayó poseída.

Iba a escribir un post sobre mi cabeza. Me apabulla. Está obsesiva, circular, nostálgica. Cuando voy en tren leo, cuando manejo escucho la radio: descanso. En autobús no puedo leer porque me mareo. Caminando no puedo leer porque tropezaría. Así que se me ocurrió esucuchar las conversaciones de la gente.
Creo que a mi madre todavía no se le ha quitado la costumbre de imaginar las vidas de las personas, las mira y nos comenta: "ves, esa mujer no está enamorada de su marido, mirá cómo lo evita, se le nota clarito"; "ese hombre es antropólogo, es evidente, lo sé por la curvatura de la espalda". Mi hermana y yo la hacíamos callar, convencidas que nos escuchaban, que notaban la mirada analítica de mi madre. Lo peor que podía pasar era llegar a conocer, en algún momento muy posible en una ciudad tan chica como Montevideo, a los objetos de estudio. En ese caso, luego de unos minutos, apenas suficientes para quebrar el hielo, mi madre podía llegar a decir: "mire señor, le aconsejo divorciar de su mujer, ella no lo ama". Si resultaba que el antropólogo era un carpintero la podíamos escuchar decir como si tal cosa: "has cometido un gran error en tu vida, tendrías que haber estudiado antropología." Lo inquietante, es que en general y a veces luego de años, teníamos que admitir que mi madre tenía razón. Este trauma infantil se manifiesta en mi edad adulta de dos maneras: no soporto que me miren, temo que alguien como mi madre descubra no sé que cosa de mí que no quiero ni imaginar. Tengo todas las ventanas con cortinas y cierro siempre la persiana antes de encender la luz. Segundo: no puedo dejar de mirar a la gente. Mi técnica es más discreta que la de mi madre. No lo hago jamás en un lugar cerrado. Me siento, de preferencia en un bar o en el banco de una plaza y los veo pasar. El espíritu diría que no es altruista como el de mi madre, es más bien literario y con tendencias surrealistas.
Sólo que éste pasatiempo no funcionaba para callar mi cabeza, al contrario. Probé entonces a privilegiar el sentido auditivo tratando de no mirar y anulando la imaginación. Como un grabador estoy en el mundo. Registro. Los diálogos se funden unos con otros, se entreveran con los monólogos del celular, los ruidos de los coches, las pisadas en el cemento, las caravanas tintineantes. El resultado final del experimento, desarrollado en la ciudad de Verona, es desolador: la gente es un estereotipo ambulante. Los estudiantes se intercambian técnicas para copiar en los exámenes, hipotizan preguntas, repasan las lecciones. Las mujeres hablan de ropa, describen lo que ven en las vidrieras, lo que quisieran comprarse, lo que se compraron. Los hombres hablan de tecnología, internet, autos. Todos comentan la noticia de un niño que raptaron hace un mes y ahora mataron. Todos hablan de lo que vieron en televisión. Todos hablan del tiempo y algunos de política.

Iba a escribir un post sobre la rabia que me dió que el lunes suspendieran "Lost" para que el curita Prodi y el prepontente Berlusconi, otra vez, se duelaran. Sobre mi ansiedad, en saber el final, de "Lost" y de las elecciones.

Iba a escribir un post.


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