jueves, octubre 20, 2005

Je est un autre, decía Rimbaud.

Un buen día descubrí que yo era "el otro". Algo había intuído, pero nunca me había sentido"el otro". Y quizás tampoco el contrario. Que yo recuerde no había en mi vida montevideana contacto con ningún tipo de alteridad. La única diferencia que sentía era de gender: yo mujer, tú hombre. Por el resto, eramos todos más o menos lo mismo. Hay gente que siente la diferencia de clase o de nivel cultural, yo nunca la sentí, ni para abajo ni para arriba. Pienso en un niño palestino y su contacto con el "otro" hebreo, o una sociedad con una fuerte alteridad racial, o en la mariginalidad económica. Nada de esto pasaba en mi vida uruguaya. Todos codo a codo.

Sentirse "el otro" no puede explicarse a nivel teórico. Es una escisión. Escribo "sentir" y es importante. Porque no se trata de darle o no peso, es la sensación lo que cuenta. Un desplazamiento geográfico paulatino, porque es verdad que primero llega el cuerpo y después el alma, provocó que una mañana me despertara partida. Desde ese momento, en cada minuto de mi vida yo estaría separada del resto. Un sólo ejemplo: la radio le hablaba a un “nosotros” (italianos, occidentales, europeos) que no me incluía, y yo también estaba ahí, escuchando, como tantos "otros".

Ando, desde hace años, desesperada por entenderlo. Lo más confortante de las obsesiones, al menos en mi caso, es descubrir que no estoy sola. Litros de tinta se han gastado en el tema, y casi todos sus autores, filósofos, críticos literarios, estudiosos de las culturas, novelistas, cineastas, lo han vivido en la propia piel. Desde el momento que padecieron la alteridad, su punto de vista se movió. Siguieron escribiendo novelas, filmando, filosofando, pero desde el nuevo lugar. Es inevitable.

En éste momento me encuentro en una etapa sucesiva. Resignación. No volveré jamás a ser completamente la que era y tampoco seré completamente la que debería ser. Seré un híbrido. Muchos datos me lo indican. El más evidente es el lenguaje contaminado.

Me alegra saber, otra vez mi alegría de la compañía, que mucha gente está en mi situación. Basta leer los blogs de los migrantes de hace tiempo: "frijoles y plátanos" van pegaditos a un "che vos", los habitantes anglosajones olvidan el lugar de los tildes, el rol de las preposiciones se confunde. Si escribo sobre esto es porque leí un post de Madrugada. Ella no sabe si donde está la entienden, si llegan hasta ella. Y tampoco sabe si donde estaba se dan cuenta que sigue estando.

A mí, sería hipócrita negarlo, la nueva condición me gusta. Lo que no consigo es que me acepten. Justo en éstos días estoy peleando, palabra por palabra, un mamotreto aburridísimo que escribí en italiano. Me dicen: "pero ésto se nota que no está escrito por un italiano". Y contesto: "Y claro, si no soy italiana, está bien que se note, así tiene que ser".
Hay lenguas más contaminadas que otras. Los idiomas de los colonizadores por ejemplo: inglés, francés, español, portugués. Italia tiene inmigración desde hace pocos años y no se deja penetrar. A mí me parece una lástima. No pretendo cambiar el idioma de Dante, no soy tan arrogante, pero podrían probar como suena el italiano escrito más colquial, menos rebuscado. (No sé si notan que cuando me conviene me hago la boluda y me pongo yo misma del otro lado). Lo que escribí es un ensayo, no es literatura, eso me dicen. Pero es que los ensayos, al menos los de cine, están todos escritos exactamente igual, parecen un formulario que cada estudioso completa. Mi condición de diferente, hace un tiempo, me hubiera preocupado muchísimo. Ahora no, quiero que se note, sino se trataría de engaño, o por lo menos de simulación.

Lo que dudo es si tendría la misma fuerza de voluntad en Uruguay. Quién sabe si sería capaz de confesar que ya no puedo vivir sin el aceite de oliva extra-virgen; sin las canciones de Fabrizio De Andrè; sin cenar a las 7 en punto; sin mi amor por Pasolini; sin mi ración de pasta; sin mis ganas de negarle el beso a los desconocidos; sin mis cinco productos para limpiar el baño; sin Fahrenheit, mi programa de radio preferido; sin mi odio por Berlusconi; sin mi adicción a las bibliotecas públicas soleadas; sin mi anti-clericalismo fanático; sin que se me escape un “cioè”.

¿Podrán acoger esta cosa en la que me he convertido?

Ahí es cuando me acuerdo de Tzvetan Todorov, que dice que en la vida de una persona es posible asimilar hasta tres culturas. Que la vida no da para más. Y debe ser verdad, la hibridación es un proceso lento (además de doloroso y sin posibilidad de retroceso).

Entonces me dan ganas de ir a por la tercera.
The WeatherPixie