viernes, noviembre 18, 2005

Notas sueltas sobre las banlieues parisinas y la guerra de Argelia.

La revuelta de las banlieues parisinas se está acercando al resto de las ciudades europeas. Como si fuera la peste, como con la gripe aviar, cada día los informativos abren trazando su trayectoria.
Pienso que el miedo dependa mucho de su origen francés. A veces parece que después de Grecia, todo se haya originado en Francia, desde la caída de la monarquía al mayo del '68.
En pleno momento de ebullición es difícil medir el alcance de la revuelta. Revuelta. No revolución. No movimiento.

Los mass media hablan de las banlieues y de la guerra de Argelia, como si se tratara de un puente. La última vez que Francia tomó medidas como el toque de queda y la prohibición de las reuniones callejeras, fue cuando Argelia combatía para liberarse del colonialismo francés. Muchos de los habitantes de las banlieues son descendientes de los colonizados argelinos, la mayor parte de tercera generación. O sea, no son iguales a los otros, es necesario aclarar: franceses, pero de tercera generación. La misma rectificación que los periodistas y políticos hacían con los terroristas de la metropolitana de Londres: ingleses, pero de tercera (o segunda) generación. Como si en los países europeos hubiera "sangre pura", eritocitos que transportan cultura occidental.
Me cuesta creer que en la sociedad francesa existan comunidades tan herméticas, raíces culturales tan fuertes que hayan impedido un proceso perverso de integración después de tres generaciones. La "identidad nacional" no es unívoca, se puede pertenecer, al mismo tiempo, a más de una "cultura nacional". La insistencia de los medios en aclarar la "tercera generación" me suena más a vicio eurocéntrico, al conocido mito del africano como "primitivo", "selvaje", "indomable", incluso tres generaciones después. ¿En la tan mentada identidad europea habrá un límite de generaciones que conceda el derecho de pertenencia? ¿Cuál será? ¿Cinco, seis? ¿O será necesario que tiempo y clima pongan pálido el color de la piel?

De todos modos, y lamentablemente para los xenófobos del árbol genealógico, hay muchísimos revoltosos "pura sangre". Quizás sea más importante notar la cantidad de menores de edad, de hombres, la falta de un programa, una ideología, un sentido. A mí la revuelta de las banlieues con jeans de marca, me parece la realización de las más terrible de las profecías posmodernas.

Se han escuchado muchos disparates, como el que dijo la supuesta historiadora Hélène Carrère d’Encausse: la razón de que los chicos estén en la calle y por la cual sus padres no pueden comprarse un apartamento es la poligamia; en las casas de ésta gente viven tres o cuatro mujeres africanas con veinticinco niños.

Mucho más interesante el análisis de una adolescente de las banlieues, que le contaba a su profesor que se sentía solidaria con los pirómanes, porque al menos el fuego y los faros de la policía atraían como imanes los focos de los canales de televisión. La periferia se iluminaba. Los jóvenes, finalmente, conseguían la notoriedad que la sociedad parisina les negaba.
Si esto no es posmodernismo...

Leo en el número de noviembre de Le monde diplomatique un artículo di Mohammed Harbi, "Paris-Argel, ida y vuelta". Sintetiza magnificamente como han vivido los últimos años los argelinos su historia poscolonial. Dice que la memoria subjetiva de los pueblos no tiene en cuenta el trabajo del historiador profesional, que los pueblos se dejan llevar por las pasiones, los estereotipos y los objetivos del momento. Nos cuenta cuales son los dos paradigmas colectivos de la colonización argelina. Ambos, según Mohammed Harbi, conducen a la banalización y a la manipulación política. El primer paradigma es el de los nacionalistas franceses, que reivindican la "función civilizadora de la colonización": carreteras, escuelas, seguridad, hospitales, etc. Sólo que todas estas obras, responde Harbi, se han hecho para único beneficio del colonizador y no para indicar vías de progreso para el pueblo argelino. El segundo paradigma señala la colonización (1830-1962) como una paréntesis, que luego de la independencia logra que Argelia se reconcilie con su estado natural, con su sociedad virtuosa, con la civilización árabo-musulmana. En realidad, como indican los estudios históricos, también la Argelia precolonial era una sociedad jerárquica y que despreciaba a los débiles.
A la propuesta de Harbi hay que colocarla dentro de la corriente de pensamiento poscolonial, que tantas antipatías despierta entre los historiadores latinoamericanos: considerar el pasado colonial como un mecanismo perverso de contaminación, donde a pesar del dominio colonial el colonizado logra apropiarse de las ideologías revolucionarias. Existen hibridaciones más allá de los proyectos colonizadores y de los intentos más porfiados por parte del colonizado de cerrarse a la cultura del otro.

Sobre la relación entre "metrópolis" y "periferia" los teóricos poscoloniales han escrito mucho, si bien las palabras tenían un sentido más simbólico. Estos señores proponen estudiar las zonas periféricas de la historia y del arte porque desde la periferia es posible pensar la historia lejos de la dialéctica del progreso, con un trazado cronológico diverso, donde el moderno y el premoderno se mezclan.

Quienes defienden la existencia de manifestaciones típicas del poscolonialsmo también se han encargado de separarlas de las expresiones definidas como posmodernas. Una diferencia a nivel de literatura, por ejemplo, es que los escritores poscoloniales escriben para salvar un país, un pueblo, para reinventar la historia desde otro punto de vista. Y los escritores posmodernos, negando la interpretación de la historia, quieren solo salvarse a sí mismos.

Pero a mí, ahora, con esta periferia que toma forma física, que deja de ser una definición abstracta, que recupera su cuerpo y en un acto sin sentido, espontáneo, contagioso pero individual, grita su existencia incendiando autos para salir en tv, me parece que poscolonialismo y posmoderno se entreveran.

Es demasiado temprano para sacar conclusiones. Así que mientras espero que los teóricos pos de todos los bandos me regalen un poco de luz, me voy a ver por enésima vez la película de Gillo Pontecorvo, "La batalla de Argelia" (1965), miro de reojo en la biblioteca mis libros de Frantz Fanon y me hincho los pulmones de pasiones e idealismos pasados de moda. Luego apagaré el video y aguardaré, con el control remoto en mano, la hora del espectáculo pirotécnico.
The WeatherPixie