sábado, diciembre 10, 2005

Carne y celuloide.

En la Cinemateca de Bolonia pasan cosas raras. Puede suceder que en una tarde de lluvia se vea salir de una sala a Abbas Kiarostami y entrar en la de al lado a Fernando Solanas. Es posible que esta imagen doble, en una espectadora mojada, traiga a la mente recuerdos de informaciones reservadas, curiosas y coincidentes, sobre las personalidades de estos autores del llamado tercer mundo: exigencias de primera clase en los aviones o pretensiones de hoteles estrellados. Y que la maldad de la espectadora llegue al punto tal de notar la similutud entre las palabras que el europeo usa para presentar a uno y al otro. Una voz occidental con idéntico tono paternalista, la mirada satisfecha por haber hecho algo en pos del arte pobre. El director visto como un héroe, un soldado, El representante del pueblo. Un rol representativo que en ninguna nación occidental podría ser asignado a un sólo autor, porque “el europeo es más complejo”. El frío del invierno boloñés puede ser responsable de las siguientes conclusiones macabras: poco importa lo que tenga el celuloide, si viene de alguna parte del mundo, con una determinada firma y mantiene los ingredientes de siempre.

Entre un Solanas detrás de la cámara y un Solanas delante de la cámara no hay mucha diferencia. De carne o de celuloide es lo mismo. "La dignidad de los nadies" es más Solanas que cine, y Solanas hablando es un poco cinematográfico. Cuando la película terminó y apareció él, si no hubieran prendido las luces esta espectadora no se hubiera dado cuenta que el proyeccionista había sacado el rollo.

Su misma presencia. La sensiblería gratuita. El análisis superficial. Solanas: el intelectual superior. La voz de dios: en off o en micrófono, igual de vieja, gastada, con rimas escolares. El reino de la explicación y de la falta de imaginación. Cuando en el 1968 Solanas presentó "La hora de los hornos" en el Festival de Pesaro, los italianos lo llevaron en brazos hasta la plaza. Esta vez no lo hicieron, pero una sala atiborrada de gente lo aplaudió calurosamente.

Al otro día la cinemateca proyectaba "Deus e o diabo na terra do sol" de Glauber Rocha. Había varias butacas vacías. Ninguna cabeza se interponía entre el cine y la espectadora. No había gente en los pasillos. Se respiraba bien, con el aire que entraba hasta el fondo de los pulmones y salía liberado.
The WeatherPixie