sábado, julio 08, 2006

Ecos de un suicidio.

I am terrified by this dark thing

That sleeps in me;

All day I feel its soft, feathery turnings, its malignity.

dice Sylvia Plath en "Elm". Me enteré ayer del suicidio de Juan Pablo Rebella. Me lo contó von. Después controlé el correo y un par de amigas me habían avisado, una me recomendaba leer el blog de benito. Lo hice ésta mañana, desvelada.

Recién amanecía y yo ya estaba llorando, sola, en la cocina. Es un post profundo, tiene además una canción hermosa, y debajo hay montones de comentarios con poesías y canciones.

Cuando don cerylo se levantó me dio un beso en la frente y me dijo "ay, mi nena llorona". Me acordé de mi madre que me consolaba en su falda (hasta hace bien poco, la verdad), me acariciaba los brazos con mis venas dibujadas mientras decía "ay, mi hijita transparente".

A las personas transparentes nos cuesta más suicidarnos. La cosa oscura, como dice Sylvia Plath, se nos nota y casi siempre hay a mano un ejército de salvación.

Pero a ellos no.

A Juan Pablo Rebella lo conocí en Bolonia, a fines del 2004. Lo invitamos junto a Pablo Stoll a presentar "Whisky", era una pequeña muestra cinematográfica. Juan era alto, buen mozo, de conversación inteligente y afable. No ví mucho más. Con Pablo nos distraíamos con chusmeríos de conocidos, olvidando que casi nadie en la mesa sabía el español. Terminé ayudándolo a comprar calzoncillos y camisetas negras en la feria, mientras Juan se aburría y se buscaba quién respondiera a sus infinitas curiosidades sobre cine o música. Era preguntón. Tenía algo de distante, de lejanía, pero no era soberbia, era la timidez de quien tiene miedo de que se le escape el mundo de adentro, como los genios.

Hace rato que levantó el sol y la tristeza me dura.

Mi dolor es egoísta. Porque es por la muerte de un artista que admiraba y ya no nos dará más nada. Nunca, se acabó.

Porque me recuerda mi colección de muertos.

Porque revivo desesperaciones.

Hace poco una amiga encontró colgada de una cuerda a su hermana. Era una niña de una hermosura desarmante, casi perfecta. Vuelve a mis oídos el grito de la madre. A mis ojos la obsesión de mi amiga. Durante semanas le revolvió la casa, pegada a la suya y recién redecorada a nuevo, buscando una carta, una nota, una explicación. A mí me tocó traducir palabra por palabra sus apuntes del curso de español, cada ejercicio, porque quizás un verbo, una palabra sobre rayitas. Tomaba apuntes de la letra de "El muelle de San Blas", de un grupo que creo es mexicano, Maná. Una canción que pasaban en la radio y me pareciá fea y tonta. Sin embargo mi amiga encontró allí el único presagio de la tragedia de su hermana. Esa canción que en las últimas semanas la niña muerta escuchaba a todo volumen, molestándola, ignara del motivo de la afición pensaba a un capricho. Como iba a entender si no sabía la lengua, por qué no sé español, lloraba mi amiga. ¿Por qué? ¿Por qué si tenía todo? repetían en el velorio. Había también un cura que decía los disparates más grandes que escuché en mi vida y él, menos que nadie, era en grado de responder.

No hay explicación. Hay una inmensa pena por el sufrimiento solitario del suicida. Hay rabia porque no voy a comprender jamás qué es lo que importa.

The WeatherPixie