martes, agosto 01, 2006

Ceryle lee. Middlesex, de Jeffrey Eugenides (2002).

Este americano, de familia griega, ya me había conquistado con "Las vírgenes suicidas" (1993), libro que leí luego de haber visto la excelente versión cinematográfica de Sofia Coppola.

"Middlesex" es la historia de un hermafrodita. El autor, otra vez en primera persona, toca teclas íntimas, casi enfermizas. Con la misma técnica, cava a fondo las paredes de un misterio, sin desvelarlo completamente.

Eugenides maneja bien el suspenso, los tiempos narrativos. Por momentos parece un buen alumno de taller literario. En otros pasajes regala perlas de ingenio y buena escritura. Molestan, porque ya me tienen harta, los toques de filosofía posmoderna. Al contrario, me pareció divertida, aunque esto tampoco es novedad, la infiltración de la mitología griega.

Saqué la novela del estante por morbosa. Nunca entendí del todo, y siempre me sentí atraída, por los cambios de sexo. Considero superiores a las personas que, de algún modo, consiguen tener los dos géneros. Cada vez que aparece un transexual ante mis ojos quedo encandilada, los ojos fijos. Quién sabe si un día me animo a preguntarle a uno de ellos si después de la operación pueden sentir algo parecido al orgasmo.

En "Middlesex", antes de llegar a la descripción de los genitales de Calliope, hay que leerse la historia de toda la familia Stephanides, con vocación al incesto, manchada por algunos momentos del presente, cuando Calliope, ahora Cal, tiene 41 años e intenta conquistar a una chica japonesa (las preferidas de los dudosos homosexuales por el cuerpo con formas masculinas).

A continuación, parafraseo un pedacito de libro. Hay varios fragmentos por el estilo, pero éste puede ayudarlos, estimados lectores, a disminuir las peleas conyugales. Los llevará a valorar, dependiendo del caso, el choma que tienen a su lado, hecho de testosterona pura; o la dama, una encanto de feminidad. Pues, vayan sabiendo que lo que es genético no se educa. Y si ni así dejan de quejarse, es hora de cambiar de sexo, el propio o el del partner, siempre dependiendo del caso.

Según la biología evolucionsita, los géneres se separan, el hombre se hace cazador y la mujer recogedora. Y así estamos, igualitos que en el 20.000 a.C.

¿Por qué los hombres no consiguen comunicar? Porque durante la caza tenían que estar en silencio.
¿Por qué las mujeres comunican tanto y tan bien? Porque cuando recogían las frutas, tenían que llamarse entre ellas para avisarse dónde estaban.
¿Por qué los hombres, en casa, nunca encuentran las cosas? Porque tienen un campo visivo restringido, útil para seguir las huellas de la presa.
¿Por qué las mujeres consiguen encontrar las cosas con facilidad? Porque, para proteger el nido, estaban acostumbradas a explorar un área más amplia.
¿Por qué las mujeres no saben estacionar? Porque un bajo nivel de testosterona disminuye el sentido del espacio.
¿Por qué los hombres no piden jamás una indicación por la calle? Porque pedir indicaciones es signo de debilidad, y los cazadores no muestran jamás debilidad.

(Ah, ¿qué si me resigno o le meto estrógenos en la sopa? Lo estoy meditando.)
The WeatherPixie