viernes, agosto 11, 2006

Leo, veo, ergo sum.

Siempre le tuve miedo a Albert Camus.
Algunos fragmentos citados por ahí me hacían temer una afinidad morbosa. Me atraía su biografía: la familia analfabeta, la participación a la resistencia, la pela con Sartre (dicen las malas lenguas que Sartre renunció al premio Nobel porque Camus lo había ganado antes).*

Hasta que decidí que había llegado el momento justo de darle un toque camusiano a mi depresión. Aseguran los que saben que Camus en realidad no puede considerarse existencialista, lo que creo nadie pueda discutir es que sea profundamente dostoievskiano.
Leí "El extranjero" de un tirón, en una noche.
Y "La peste" despacito, releyendo fragmentos. Mi personaje favorito es Joseph Grand. Un oficinista que después del trabajo escribe lo que cree será una gran novela, delante de la cual los editores se quitarán el sombrero. (Manifiesta indiferencia ante la observación de su amigo: seguramente los editores no usan sombreros en sus oficinas). Con el tiempo se descubre que Grand sólo tiene páginas y páginas con la frase incial, perseguido por la obsesión de perfeccionarla. Una las versiones de la oración es más o menos así:
En una bella mañana de mayo, una esbela amazona, montada en una suntuosa potra alazana, recorría, entre las flores, los bulevares del Bois.

"La peste" pasa a ser una de mis novelas preferidas, y el final uno de los mejores de la literatura. El canalla de Cerylo me había dicho que se morían todos, no es verdad, se intuye algo todavía peor.

De cine he visto algunas cosas nuevas, aburridas. Lo mejor fue la panzada de Louis Malle. Volví a ver a Jeanne Moreau en "Les amants" (1958), paseándose en camisón adornada con collar de perlas, por eso su foto en el post anterior. Y capaz por eso también un post tan arrogante.
Entre otras películas, ví por primera vez "Soplo al corazón" (1971), con música original de varios jazzistas como Charlie Parket e Sidney Bechet. En la Francia de los años cincuenta, unos personajes espontáneos e irreverentes nos hacen vivir un incesto feliz, sin lugar al psicoanálisis destructor.
A veces el cine hace que la vida parezca una sucesión de momentos leves, naturales, alegres.

A veces pienso, como Simone de Beauvoir, que mientras existan libros (y cine) tengo asegurados momentos de felicidad.

*También dicen que Sartre no aceptó el Nobel para ser aún más famoso, ya otros lo habían ganado pero nadie lo había rechazado. Las acusas a Sarte son infundadas. Cuando lo pusieron en la lista de los nominados escribió una carta a la Academia para pedir que no se lo dieran porque no lo aceptaría.
The WeatherPixie