viernes, diciembre 08, 2006

Una peli, dos viejos y yo en bikini.

El otro día vi una película italiana que me gustó. Hacía mucho que no veía una película italiana. Se llama "Le conseguenze dell'amore" y es de Paolo Sorrentino, del 2004. Que la vea tarde no es sólo culpa mía, el cine nacional no consigue distribución, porque la gente, como yo, no lo va a ver. Es una película de género. Cuál no sé, de gangsters, quizás. La historia se va descubriendo lentamente. Al principio tenemos delante un hombre de media edad que vive en un hotel de lujo, casi no habla, fuma y mira por la ventana. Resulta ser un prisionero de la mafia. Sin embargo lo que pasa es lo de menos, mucho mejor es lo que no pasa. El tiempo. Casi no hay acción, ni palabras, ni gestos. A mí no me gusta el estetismo en el cine, no soporto a los directores que se dejan seducir por los colores de un atardecer. Prefiero a los que ponen todo al servicio de la narración. Y este tal Sorrentino sabe contar, sin dejar de buscar la armonía geométrica en cada toma. Que en general, me molestan. Es que la película tiene mucho de teatral, desde los escenarios hasta la actuación de Toni Servillo. Y a la vez es una joyita cinematográfica. Es artificial. Y está bien. Me tienen harta los falsos realismos. Casi todo en este mundo es ficción, empezando por el cine.

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Antes de ayer en el tren tenía a una pareja pasillo por medio. Él viajaba del mismo lado que yo, apenas alcanzaba a vislumbrar su perfil. A ella la tenía en frente. Muchos años, pelo recogido con unas peinetas, gris. Labios pintados. Los ojos tenían el rimmel y el delineador chorreatados, como los llevan las señoras que no pueden ver dónde se maquillan porque llevan lentes. Los suyos eran rectangulares, color carmín. Iba vestida de marrón oscuro. Era alta, de manos largas. Al cuello tenía un collar con unas enormes borlas de ámbar. En la falda sostenía un par de libros. (Con tal de descubrir el título que alguien está leyendo, soy capaz de convertirme en contorsionista. En éste caso no fue necesario, bastó con torcer apenas la cabeza.) Mi compañera de vagón tenía un libro sin tapas con escrito en la primera hoja "I demoni. Fëdor Dostoevskij". Las páginas, que iba hojeando en modo desordenado, estaban subrayadas con distintos colores y algunas tenían pliegues complicados como un origami. ¿Tendrían un significado? El ángulo de arriba doblado dos veces para los diálogos prodigiosos, el ángulo de abajo con tres dobleces para las frases célebres, la hoja a la mitad simulando un abanico para los pasajes memorables. Me llevé una gran sorpresa, hasta un susto, cuando ví que el segundo libro también tenía escrito, esta vez en la tapa, "I demoni. Fëdor Dostoevskij". Las ediciones era idénticas. El estilo de los subrayados y el de los dobleces, también. No podría asegurar que coincidieran en su contenido, o sea, que las dos ediciones tuvieran el segundo párrafo de la página, pongamos 145, evidenciada con amarillo.
El tren se puso en marcha. Él estaba atareado ordenando unas bolsas, unos papeles y unas revistas desparramadas por el asiento. Ella le tocó la rodilla y le pasó la edición sin tapas, le pidió que leyera lo que estaba subrayado con rosado fosforecente y le diera su opinión. Él obedeció y ella esperó mirándolo. Intercambiaron opiniones sobre la importancia de la frase que -maldición- no leyeron en voz alta. Ella volvió a sus dos copias de Dostoievski y él le preguntó por alguien. Como la lectora no emitía voz, el hombre se molestó. Al final la mujer le contestó medio distraída. No sé quién estaba bien, seguramente trabajando y no sé quién más, posiblemente una adolescente, se había empecinado en leer sólo a Calvino. Rieron juntos y ella volvió a Dostoievski, le señaló una palabra "sospechosa", no puede corresponder a una buena traducción, aseguró.
Y ya no puede ver más porque mi viaje en tren dura sólo una parada.

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Hace unos días uno de mis sueños se hizo realidad: me hice musa. Siempre lo deseé. Mi mito es Gala: tenía al tierno de Paul Eluard y al loco de Dalí. Ah, un pintor que me retratara... Una vez le preguntamos a una amiga por qué se había ido de la inauguración de la muestra de pintura de su novio. Confesó que no soportó las miradas de un señor cuando descubrió que era la mujer desnuda del cuadro. En su lugar, ni loca me hubiera perdido semejante privilegio. No voy a negar que algún poemucho de mala muerte inspiré. ¿Pero podemos llamar a eso arte? ¿O era sólo un intento por conmover mi alma para pasar a otras artes? Dejemos atrás el pasado. Ahora estoy en una obra de arte. ¡Y en bikini! Ah, y sin una gota de celulitis. Admito que la visión que el artista tiene de mí me preocupa. Mi personaje es medio bodrio y como sentimental. Pero no puedo negar que algo de mí tiene. Además el artista, que también se las da de protagonista, está peor. De todos modos mis inquietudines carecen de sentido, es como si las señoritas de Avignon, luego de verse en el cuadro de Picasso, se preguntaran si de verdad tienen los ojos tan torcidos.
Pueden vernos aquí. La fotonovela de Von, también esta vez, es un cague de la risa. Sólo me queda decir que estoy en las manos del artista, que haga conmigo lo que se le dé la gana que para eso es el autor. Qué emoción, yo de estrella.
The WeatherPixie